Lilo y Stitch, la animación original realizada por Chris Sanders en 2002 que provocó esta remake, era una película extraña dentro del universo Disney. Alejada de las historias clásicas de antaño y todavía más distante del universo de las princesas, se centraba en la historia de dos hermanas huérfanas en Hawaii que, en plena lucha por no ser separadas, adoptan una anárquica mascota alienígena.
Sanders indagaba, una década antes que Frozen, en el complejo vínculo entre hermanas mayor y menor cuando una quedaba a cargo de la otra ante la ausencia de adultos responsables, sin desentenderse nunca de las dificultades económicas y sociales de Nani y la pequeña Lilo.
La clave de la animación, al igual que en esta adaptación con personas a cargo de Dean Fleischer Camp, era la construcción de la idea de familia (“ohana” en hawaiiano, como repiten constantemente en ambas películas) con una mirada más moderna que la acostumbrada hasta entonces por el estudio.
El plan de volver a las protagonistas de carne y hueso era llamativo porque, a diferencia de buena parte de las reversiones fotorrealistas que viene estrenando Disney hace años, el grueso de Lilo y Stitch no ocurre en un universo de fantasía, más allá del evidente atractivo de la isla del Pacífico.
Sin tanto Elvis Presley
Fleischer Camp transforma a Stitch en una especie de Gremlin, como un peluche azul de textura hiperrealista, parecido a un koala azul de cuatro brazos. El guiño nostálgico al cine ochentoso relacionado con Spielberg y a las comedias con mascotas de los años ’90 se hace evidente como si fuera bruma que rodea la isla habitada por las hermanas.
Pero tanto la aventura como el descontrol provocado por Stitch parecen quedarse cortos en esta nueva versión. Más allá que es mucho más sencillo abstraerse de las tragedias demoledoras sufridas por dibujos animados que las enfrentadas por dos chicas de carne y hueso, las actuaciones de ellas también le terminan jugando en contra a esta nueva Lilo y Stitch.
Tal vez sea demasiado pedirle a una nena de seis años, la debutante Maia Kealoha, que se ponga al hombro la química con una criatura generada por computadora, pero en esa conexión aparece uno de los grandes problemas de Lilo y Stitch.
El punto más alto de la película aparece en la dinámica entre los dos tarambanas alienígenas Jumba y Pleakley, encargados de restituir al extraterrestre a su planeta originario, interpretados por Zach Galifananakis y Billy Magnussen, que por contraste terminan exponiendo más el forzado vínculo de la niña y su mascota.
Los grandes cambios realizados por Fleischer Camp están relacionados con personajes secundarios y algunos matices de la cruenta realidad que deben enfrentar las hermanas protagonistas, además de un intento de adaptar el ritmo narrativo al vértigo de la actualidad. Lilo y Stitch trata de ser una película tan frenética como su protagonista extraterrestre, pero parece contagiarse también de él la desprolijidad en la búsqueda de esa velocidad.
Tal vez la más llamativa de las decisiones del director aparezca al disimular la importancia en la historia que tenían las canciones de Elvis Presley en la animación original, que aquí se ven forzadas a competir con la música tradicional hawaiana. Pero el principal problema aparece sobre el final, cuando el cineasta prefiere estirar el clímax tanto como es posible y ofrece luego múltiples desenlaces que hacen que la película se sienta mucho más larga que esos veintitantos minutos extra agregados a su versión original.
Ficha
Lilo & Stitch
Calificación: Regular
Infantil. Estados Unidos, 2025, 108’. ATP. De: Dean Fleischer Camp. Con: Maia Kealoha, Chris Sanders, Sydney Agudong, Hannah Waddingham, Billy Magnussen, Zach Galifianakis y Tia Carrere. Salas: Hoyts Abasto, Cinépolis Recoleta, Multiplex Belgrano, Cinemark Palermo.