En días pasados propuse una reforma a la Ley de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente que permita enfrentar de lleno el deterioro ambiental, con apoyo coordinado entre la autoridad y la ciudadanía. Esto, adicionando un párrafo al artículo 70 de citada reglamentación.
En primera instancia dará facultades para que los órganos oficiales, a través de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, en conjunto con los municipios, para que puedan establecer programas sobre cultura ambiental, propiciando actitudes y conductas de participación comunitaria en las tareas de protección, conservación y restauración del ambiente; el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales y propiciar los conocimientos sobre las causas del deterioro del mismo, así como las medidas para su prevención y control, promoviendo la participación individual y colectiva.
Estos mecanismos propiciarán la participación comprometida de los medios de comunicación masiva en el fortalecimiento de la conciencia ecológica, y la socialización de proyectos de desarrollo sustentable.
Se fortalecerán las facultades de las alcaldías para ejecutar medidas de mitigación y adaptación a nivel local, incorporando de manera coordinada una política integral, como a la vez estrategias y soluciones para el calentamiento global, identificando los problemas en cada territorio.
Las medidas expuestas servirán sustancialmente, toda vez que México es uno de los países más vulnerables del mundo ante el cambio climático debido en buena parte a sus características geográficas -como sus más de 15.000 kilómetros de costa-, pero también aporta su granito de arena al calentamiento global: es uno de los 15 mayores emisores de gases de efecto invernadero con el 1,47% del total mundial y la petrolera estatal, Pemex, se sitúa entre las diez empresas más contaminantes del mundo. Y, a mayor quema de petróleo, mayor aumento en las temperaturas.
Pero la pregunta es, ¿cómo afecta ese calentamiento a nuestras vidas? ¿cómo impacta a las condiciones climatológicas que vivimos día a día? Jorge Zavala, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM y excoordinador general del Servicio Meteorológico, tiene algunas de las respuestas. Por ejemplo, cuanto más se elevan las temperaturas, mayor es la evaporación de agua. Eso incrementa la resequedad del suelo, lo que favorece el desarrollo y la ocurrencia de incendios forestales. Los datos lo corroboran: la tendencia va en aumento.
Hasta octubre de este año, se habían consumido por el fuego 617.142 hectáreas de bosques en el país, casi el doble que durante todo el año anterior, según la Comisión Nacional Forestal. Mientras la sequía abrasaba más del 80% del territorio del país en marzo pasado, un incendio consumía 7.000 hectáreas de bosque en los Estados de Coahuila y Nuevo León. Un mes después, un fuego descontrolado consumía cientos de hectáreas en Tepoztlán, uno de los pulmones verdes de Morelos. Las previsiones futuras no son más optimistas.
Lo que también explica Zavala es que, a medida que las temperaturas se elevan, la atmósfera es capaz de retener mayor cantidad de agua. Por ello, la probabilidad de que ocurran lluvias mucho más intensas se multiplica. En otras palabras: la misma lluvia que caía poco a poco a lo largo de un mes, ahora puede caer en un lapso de horas, generando inundaciones instantáneas que pocas veces estamos preparados para soportar.
Para traducir en números este fenómeno: el impacto económico de los desastres en México -principalmente hidrometeorológicos- aumentó en 2020 un 200% anual hasta superar los 31.000 millones de pesos (unos 1.530 millones de dólares), según el Centro Nacional de Prevención de Desastres. Las inundaciones en Tabasco de fueron las más destructivas en términos económicos, con unas pérdidas de unos 13.500 millones de pesos (más de 650 millones de dólares).
Si bien es muy complicado asociar un evento extremo en específico con el cambio climático, en lo que coinciden los expertos es que la recurrencia y la ferocidad de los desastres en México se está acelerando por el calentamiento global. Un ejemplo claro son los huracanes que azotan al país en la temporada de lluvias, que debido al aumento sostenido de las temperaturas tienden a ser de mayor categoría.
“Hay dos razones para esto: el hecho de que la atmósfera pueda retener mayor cantidad de vapor de agua es una de las condiciones que favorece la formación de los ciclones tropicales. La otra es que la temperatura de la superficie del mar ha venido aumentando, lo que también propicia la formación de huracanes”, explica Zavala. Tan sólo en 2020, la temporada de ciclones tropicales en el Atlántico rompió récords al sumar 30 de estos fenómenos. Las tormentas de todo tipo se han hecho más frecuentes en México según los datos del Centro de Investigación para la Epidemiología de los Desastres, que recoge datos de más de 22.000 catástrofes puntuales de tamaño notable en los últimos 120 años. Es decir: no recoge necesariamente todos los desastres, pero sí dibuja la tendencia de los más significativos, inequívoca en las últimas tres décadas.
Empero, los gases de efecto invernadero tienen un impacto cada vez mayor en el día a día del mundo entero.
El año 2020 fue el año más caluroso en España, en Europa y a nivel mundial desde que existen registros y, a escala global, el primer semestre de 2021 terminó entre los seis más cálidos. El pasado mes de agosto, España alcanzó su máximo histórico con con 47,4 ºC y Europa con 48,8 ºC. Este incremento de temperaturas podría alcanzar un aumento de 2’2 grados frente a los niveles preindustriales en 2040 y los 3’8 en 2100, según el análisis de un grupo de más de 80 científicos en el informe Cambio climático y medioambiental en la cuenca mediterránea, realizado por la red Mediterranean Experts on Climate and Environmental Change (MedECC).
Los glaciares se derriten a un ritmo nunca visto anteriormente, el nivel del mar aumenta debido al deshielo, las selvas se secan y la fauna y la flora luchan para sobrevivir en un escenario de cambios vertiginosos y complejos que a menudo impactan gravemente en la biodiversidad. Un aumento general de las temperaturas, fenómenos meteorológicos extremos, olas de calor e inundaciones, falta de cosechas, migrantes climáticos y un largo etcétera de consecuencias que ponen al cambio climático en primera línea de la agenda global por sus efectos a nivel mundial